Lo mejor de los chilenos no está entre los políticos

Soledad Onetto es una agraciada e inteligente periodista que conduce un bloque nocturno de noticias y entrevistas del canal Mega, en Chile. Es obvio que su simpatía e imagen son atributos valiosos para la propaganda progresista.

Anoche, el programa cubrió el lanzamiento de la nueva película "NO", producida por el aparato de propaganda de la Concertación (es decir, la orgánica de financiamiento público y promoción de realizaciones mediáticas funcionales al discurso de ese sector político), que busca instalar la campaña opositora a la reelección plebiscitaria del General Pinochet como el triunfo de la democracia sobre la dictadura.

Acentuando ese carácter, la periodista se refirió al resultado negativo de la consulta ciudadana como el "primer paso para el derrocamiento de Pinochet", expresión congruente con la tónica de la campaña mediática, pero que ofende gravemente la verdad histórica.

Por supuesto, todos los líderes de la oposición saludan este evento como una celebración del triunfo de la democracia y han movilizado todos sus recursos mediáticos (que son simplemente la enorme mayoría de los medios) para imponerlo en la pauta noticiosa como algo grande y digno de ser compartido por toda la nación.

Es tal la magnitud de esta campaña, que varios líderes de la derecha se han sumado al jolgorio asistiendo a la premiere de la película y algunos hasta alabándola.

Estamos acostumbrados a que el progresismo chileno nos propine bofetadas mediáticas que agreden tanto la verdad como los valores de quienes no compartimos ni sus propuestas actuales ni —mucho menos— sus intentos pasados de someternos a sus afiebradas concepciones.

Pero es doloroso que se sumen a este apaleo mediático algunas personas que suponemos equilibradas y otras que sabemos no comparten el ideario ni las aviesas intenciones de quienes han mentido tanto, por tanto tiempo.

La Constitución de 1980 se cumplió al pie de la letra en cada una de sus cláusulas transitorias (aquellas que normaron el itinerario para el traspaso del poder hacia los elegidos por elección popular) y el General Pinochet simplemente cumplió con convocar al plebiscito ciudadano previamente reglado hasta el más mínimo detalle.

La magnitud del colapso institucional y económico sufrido por la nación a raíz del intento totalitario del castrismo local que lideraba Allende, aconsejaba estos pasos previos a la convocatoria ciudadana para designar representantes políticos. Si la gente estaba lista o no para volver a la política debía ser resuelto por esta consulta.

La campaña de las fuerzas opositoras al gobierno militar fue formidable, tanto en financiamiento (extranjero) como en la movilización de recursos propagandísticos, campo en el que tienen un dominio que los sectores conservadores o derechistas (siempre apegados al "buen juicio" y al "sentido común", pero alejados de las "ideas fuerza" y los eslóganes de impacto estudiado) están lejos de llegar a alcanzar.

De este modo, el progresismo consiguió la mayoría que rechazó la renovación por ocho años para Pinochet y quedó con toda la infraestructura mediática afinada para afrontar las elecciones que en este evento disponía la Constitución, mientras los sectores conservadores empezaban a buscar cómo organizarse para enfrentar esa coyuntura (con vacilaciones y torpezas imperdonables que la crónica deberá recoger algún día).

Obviamente, la pérdida de apoyo electoral para prolongar la permanencia de Pinochet como Presidente, fue un claro triunfo para las fuerzas que se oponían a su gobierno. Pero eso fue un triunfo electoral, pacífico y honrado como compromiso democrático en todas sus instancias, no "el primer paso para el derrocamiento" de Pinochet, quien jamás se puso en ese trance. Al contrario, el militar asumió con tranquilidad todas y cada una de las responsabilidades institucionales que deparaba el ordenamiento jurídico y nunca tuvo problemas sino hasta que en un viaje a Inglaterra el juez socialista Garzón desató las maniobras antijurídicas para apresarlo, nueve años después de haber entregado el poder.

Al mismo tiempo, el evento fue un enfrentamiento electoral, no entre fuerzas "dictatoriales" de un lado y "democráticas" del otro. Cuando existen, tales enfrentamientos no se llevan a cabo en las urnas de votación sino en la lucha armada y cruenta, como ha ocurrido en los países árabes, como ocurriría en Cuba si la gente resolviera cambiar al gobierno, como ocurrirá en Venezuela si Chávez pierde las elecciones y en Rusia, Corea del Norte, Ecuador, Nicaragua o Bolivia, si por algún desliz del poder se permitiera la genuina expresión ciudadana.

Quienes nos apegamos a la verdad y no nos sumamos a esta insanía de celebrar eventos cuya exagerada significación y trascendencia nunca existió, nos sentimos ofendidos y sorprendidos de que gente a quien suponemos inteligente y decente caiga en esta frivolidad, sin reparar en el daño que se hace a la verdad y la justicia.

Ni en los mejores años del gobierno militar fui "pinochetista", pero el abuso descarado que se hace con miras a transformarlo en un monstruo mientras se glorifica a Allende, quien sí fue una miseria de personaje, y se promueve toda una saga en la que los héroes son los mismos que quisieron cubanizarnos, me rebela y me obliga a concluir que lo mejor de los chilenos no está entre los políticos.