domingo, 18 de mayo de 2014

La boca del pez totalitario

Esta semana el ministro de Educación se refirió a la educación particular subvencionada. Ocurrió en un seminario donde se discutía sobre mejoramiento escolar. Entonces el ministro intervino:

Las familias –dijo, refiriéndose al sistema particular subvencionado– son seducidas por ofertas de colegios ingleses que solo tienen el nombre en inglés y que por $ 17 mil (...) ofrecen al niño que posiblemente el color promedio del pelo va a ser un poquito más claro (...). Una cantidad enorme de supercherías que nada tienen que ver con la calidad de la educación.

Las escuelas subvencionadas estarían, pues, sostenidas en el arribismo. Los miles de familias que se esfuerzan para elegir colegio -y destinan parte de su ingreso a ello- se dejarían timar cegadas por el anhelo de ascender. En vez de escoger la calidad intelectual de las instituciones, las familias más pobres se dejarían engañar obnubiladas por nombres en inglés y promesas de pelo claro.

¿Tiene razón el ministro? No.

La escuela es el lugar donde los niños y niñas comienzan a entrenarse en habilidades intelectuales y cognitivas, es cierto; pero también es el sitio donde los niños y niñas tejen sus primeras relaciones sociales, el ámbito donde aprenden ciertas reglas de comportamiento, el espacio donde se empapan de lo que es lícito o ilícito de hacer, lo que es sagrado y lo que no. Y ocurre que las familias -las ricas, las pobres, las cultas y las no ilustradas- saben o sospechan eso y de ahí entonces que, a pesar de la caricatura que hace el ministro, elijan considerando también factores distintos al meramente cognitivo: los niveles de violencia escolar, el orden disponible, los signos externos de estatus, las redes disponibles, etcétera. Esa estructura de la elección es más o menos la misma en La Pintana y en Las Condes, en el sector subvencionado y en el particular pagado.

Esa fisonomía de la decisión nada tiene que ver -como erradamente sugirió el ministro- con la estructura de mercado del sistema escolar.

La estructura de mercado del sistema escolar es incorrecta no porque permita a la gente escoger, sino porque hace depender la elección de la capacidad de pago. Es incorrecto no porque la gente de menos recursos no sepa elegir lo que es mejor para sus hijos, sino que es incorrecto porque la oferta de provisión escolar, al depender del dinero de los padres, es mala para algunos y mejor para otros. Si se pudiera diseñar un sistema en el que todas las familias recibieran la misma cantidad de dinero para pagar el colegio y se dispusiera de un sistema de proveedores diversos -pero con un currículum mínimo común- las familias podrían escoger y es probable que echaran mano a los mismos motivos de hoy: ¿Tendría entonces razones el ministro para quejarse de la elección de las familias? Es probable que no. Así lo prueba el hecho que él no ha dirigido esa misma crítica al sistema particular pagado. Luego, no cabe duda. El problema no es que la gente elija, el problema es la oferta que los pobres tienen para elegir.

Lo preocupante de las palabras del ministro, sin embargo, no deriva de ese error conceptual. Proviene del paternalismo que transpiran.

El paternalismo, es decir la convicción de que hay grupos a los que es mejor no dejar escoger por sí solos porque actúan movidos por la ceguera, la ignorancia o la estupidez, motivo por el cual hay que protegerlos privándolos del peligro de elegir, esconde el más profundo y peor de los desprecios: reposa sobre la idea que quienes los integran no pueden ser autónomos, porque poseerían una capacidad menguada cuando se la compara con la plena lucidez que, claro está, posee el paternalista.

Hay múltiples motivos para quejarse de un sistema escolar que ata a los niños a la cuna en que vinieron a este mundo y, más tarde, los estratifica al compás del ingreso de los padres. Y es urgente cambiarlo. Pero para ello no es necesario despreciar o maltratar a la gente de menores recursos que, movidos por los mismos motivos de las familias más ricas, se esfuerzan -en este mundo que el propio ministro contribuyó a construir- porque sus hijos estén siquiera un poco mejor.

Este es un artículo compuesto por Carlos Peña, publicado en El Mercurio de hoy

6 comentarios:

  1. Normalmente pienso lo contrario de lo que escribe Carlos Peña, pero esta vez estoy de acuerdo con su crítica a las ofensivas expresiones de Nicolás Eyzaguirre. Suponer que las familias menos favorecidas sean incapaces de elegir lo mejor para sus hijos está en la naturaleza misma del socialismo. Esta noción nunca ha dejado de imperar en el grupo que hoy gobierna.

    Siendo que antes ya habían gobernado por veinte años ¿por qué ha salido ahora con esta revolución que suponíamos superada u olvidada?

    Buena pregunta.

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  2. La cosa esta muy podrida si tipos como peña y velasco critican tan destempladamente a "su" gobierno... y apenas van poco más de 2 meses de dictadura. Esto va a terminar mal, muy mal... estan generando odio y luego van a llorar como "inocentes".

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    1. Estoy incubando la teoría de que esta vez no será necesario llamar a las puertas de los cuarteles para librarnos del castrismo en el poder. Creo que los que no se han dado cuenta de que en verdad Chile ha cambiado son estos huevetas que creen poder revivir con éxito sus cantinfladas revolucionarias de los 60.

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  3. Los célebres vitrales de la Catedral de Chartres (Francia) expresan de forma gráfica una conocida reflexión atribuida al maestro Bernardo de Chartres, quien ya en el siglo XII hablaba de que los hombres “somos como enanos encaramados sobre hombros de gigantes”.

    Lo que reflejan los vitrales son, precisamente, los pequeños santos de la cristiandad llevados a horcajadas sobre los enérgicos hombros de los grandes profetas del mundo antiguo. Y lo que quería expresar el erudito tras ese enunciado –en el fondo una lección de profunda humildad– era que quienes están arriba pueden cometer el error de pensar que tienen mayor agudeza visual por haber podido situarse en una posición más elevada. Pero sin los profetas, sin todo el saber y el acervo cultural y filosófico de su tiempo, esa aparente superioridad es simplemente falsa. Inexistente. Una ilusión óptica.

    Somos algo, venía a decir el filósofo, gracias a lo que encontramos debajo de nosotros, y ésa es, en realidad, la gran miseria de la política actual en Chile: se reniega de una musculatura, de una osartura, intelectual en la que apoyarse para dar forma y articular su ideología. Huérfana, al mismo tiempo, de un rigor teórico al que sujetarse en unos momentos especialmente críticos para el devenir político social en Chile. Y en última instancia, presa de sus propios demonios familiares que salen a relucir de la botella cada cierto periodo de tiempo por su proverbial endogamia.

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  4. Por una parte, la derecha parece presa de un pasado histórico del cual quiere renegar. Pero: ¿es posible renegar de la historia? La izquierda, o Nueva Mayoría, misma cosa: quieren renegar de sus logros durante los 20 años del pasado reciente en que fueron Gobierno. La pregunta lógica es: ¿con que ideas (como piedra angular) se quiere regenerar ambos sectores?

    Dentro de los cuadros de la política chilena hay muchos que han seguido estudios de post-grado en Universidades extranjeras. Suponemos que han aprendido mucho y conocido realidades distintas y disimiles, de las cuales se pueden extraer una o más ideas para el desarrollo del país. Sin embargo, esta “interfaz” cultural no se percibe al momento de establecer comparaciones y delinear modelos: o se trata de imitar algo “ideal” pero que no calza con nuestra idiosincrasia (la educación de Finlandia o Alemania, por ejemplo) o se buscan modelos que ya ha demostrado su baja operatividad (algunos casos de nuestro sub-continente) o simplemente realidades lejanas y disimiles, como ciertos casos asiáticos.

    No se opera ni se analiza dentro del realismo que debiera acompañar toda propuesta de política pública. Y, de paso, se hace aún más patente la escasa comprensión de nuestra realidad socio-económica.

    Resultado de lo anterior es que se apilan las frustraciones, tanto en el estamento político como de la sociedad toda. Las estadísticas de la OECD son un caso puntual y concreto. ¿Podemos de verdad comparar nuestra idiosincrasia con la de los países europeos, Japón o América del Norte?

    ¿No será mejor buscar horizontes intelectuales más amplios que nuestro circulo profesional, de partido o de Universidad para lograr una mejor comprensión y análisis de lo que está pasando? ¿De verdad estamos convencidos que con decir que Chile cambió estamos al otro lado y problema resuelto?

    Nuestro país tiene un capital humano importante. Es exitoso en una serie de ámbitos que han logrado plasmar una evolución y desarrollo muy positivos para el colectivo social. Ha llegado el momento de comenzar a aplicar el conocimiento de verdad en nuestros problemas prácticos. ¿O es necesario seguir apelando a nuestra historia de los últimos cincuenta años para justificar cambios y evoluciones mal concebidas? Si nos guiamos por la Reforma Tributaria y su debate, de verdad es que tanto la propuesta como las mejoras planteadas se debaten en un escenario muy pobre. ¿Dónde están los conocimientos adquiridos en tanta Universidad de relumbrón?

    La tan criticada globalización, que es una realidad y criticarla equivale a criticar un automóvil (la maquina) cuando chocamos en la calle, nos da la oportunidad de salir y ampliar horizontes de verdad. Renovar ideas y ver cómo funcionan los países y sociedades exitosas. Seguir pegados en el pasado no va a componer nada, sino que profundizar nuestro afán endogámico.

    Publicado en VivaChile.org

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    1. Creo que las causas para que muchos dirigentes de la derecha hayan dejado de lado los valores y principios que inspiraron a los fundadores del modelo no son para nada honestas.

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