miércoles, 11 de septiembre de 2013

Bachelet, mascarón de proa de la UP

por Orlando Sáenz

Como todo mi entorno sabe que hace ocho años no solo voté por la señora Bachelet, sino que colaboré económicamente en la campaña de alguno de los candidatos a parlamentario que la acompañaban, con frecuencia me enfrento a la pregunta de por qué ahora descalifico terminantemente su nueva candidatura presidencial. Es la contundencia de mis razones la que me mueve a expresarlas por escrito y a someterlas a público escrutinio.

Muchos años de observación me han enseñado que los Presidentes de Chile se pueden clasificar en dos tipos muy diferentes: los que son simples mascarones de proa de la base política que los llevó a La Moneda y los, muchos más raros, que gobiernan según sus propias convicciones y que son capaces de limitar drásticamente la influencia de su base política en la acción gubernativa. La señora Bachelet pertenece, casi arquetípicamente, a la primera categoría.

Y ocurre que la base política que hoy apoya su candidatura es sustancialmente distinta de la que la entronizó hace ocho años. El 2009 todavía existía la Concertación de Partidos por la Democracia y su centro de gravedad lo marcaba una Democracia Cristiana vigorosa y definida en torno a la doctrina social de la Iglesia y un socialismo no marxista evolucionado y moderno, completamente ajeno al sectarismo extremista que arrastró al abismo al gobierno de Salvador Allende. Era el socialismo humanista de Ricardo Lagos y Camilo Escalona, a años luz del actual de Andrade. Hoy, el centro de gravedad de la base política de la señora Bachelet está situado entre el fosilizado Partido Comunista de siempre y un socialismo en regresión al marxismo populista. En suma, la llamada Nueva Mayoría no es para nada la Concertación más el Partido Comunista, como le gusta definirse, sino que es la Unidad Popular más lo que queda de una Democracia Cristiana olvidada de sus principios y del papel que jugó hace cuarenta años. Y la señora Bachelet, experta profesional en socializar las ideas de sus cambiantes entornos, ya refleja en sus demagógicos discursos el abismal cambio en su base política.

Mi segunda razón compete a las falencias personales que demostró la señora Bachelet en su anterior administración. Como pienso que el próximo período presidencial será pródigo en situaciones críticas, como profetizan los nubarrones económicos, políticos, sociales e internacionales que asoman en el horizonte, me he fijado mucho en la capacidad de reacción en situaciones de este tipo que pudieran exhibir las distintas opciones presidenciales. La candidata Bachelet enfrentó dos decisiones críticas en su gobierno anterior y en las dos fracasó estrepitosamente.

Cuando, recién iniciado su mandato, tuvo en sus manos todos los antecedentes para darse cuenta de que proseguir con la implementación del Transantiago en los términos que estaba proyectado conduciría a un desastre económico y ético sin precedentes en la historia de Chile, no tuvo ni el juicio ni el valor político para retroceder a tiempo en algo obviamente mal proyectado. Su decisión, la más cómoda pero la peor, ha significado el despilfarro de más de seis mil millones de dólares, cifra tan enorme que se puede comparar con la necesaria para financiar cualquiera de las reformas educacionales que se barajan. Con seis mil millones de dólares se habrían podido construir 60 mil buenas viviendas sociales de UF 2 mil, o un sinnúmero de hospitales, escuelas y comisarías. Pero más que el daño económico de esa enorme suma, es el daño cívico y moral que emana del Transantiago: ¿Por qué todos los chilenos tienen que subsidiarles el transporte público a los santiaguinos y nada más que a ellos?, ¿por qué, todavía peor, ese subsidio discriminatorio se destina a darles transporte gratis al 20% de los frescos que ni siquiera aportan el costo subsidiado de un mal servicio? Esos interrogantes hacen pensar en el derecho moral que tiene para exigir nuevos tributos alguien que dilapidó de tal manera los que tuvo a su disposición en el pasado.

La segunda crisis a que he aludido fue la planteada por el terremoto y maremoto en las postrimerías de su deslavado mandato. Sobre las falencias de conducción de ese aciago día se ha dicho tanto que creo que es mejor tender un velo de pudor sobre lo que ya es un clásico de la chambonería y falta de liderazgo de un gobierno ante una emergencia. Por eso es que la ulterior partida al extranjero de la ya por entonces ex Mandataria más pareció una fuga que otra cosa. Porque el pretexto del vacuo cargo que le inventó Naciones Unidas no logra, ciertamente, encubrir la evasión de responsabilidad política que significó esa partida.

En las condiciones señaladas, ¿se puede confiar en la señora Bachelet para contener los desmanes de "la calle", o el terrorismo mapuche, o la delincuencia rampante?, ¿se puede confiar en su conducción económica sensata en una época de inevitable contracción como la que se avecina? Yo no puedo, pese a toda mi buena voluntad.

Con todo, la pregunta importante no es si la señora Michelle Bachelet merece un segundo mandato. La pregunta importante y trascendente es si el desconcertado y ofuscado Chile de hoy se merece algo mejor que ella.

6 comentarios:

  1. Nunca antes de septiembre de 1973 hubo en Chile una reacción tan decisiva frente a un gobierno. Varias habían sido las ocasiones anteriores en que fuerzas opositoras habían enfrentado al poder presidencial y lo habían derribado: los estanqueros, pelucones y o'higginistas frente a Pinto en 1829; los congresistas frente a Balmaceda en 1891; los militares jóvenes frente a Alessandri, en 1924. Pero si se leen los documentos que fundamentaban esas acciones, en ninguno de los tres casos estamos delante de una auténtica rebelión: los sublevados solo invocaron la violación de la Constitución y de las leyes, la grave situación económica o la corrupción de los poderosos.

    El 11 de septiembre de 1973 es otra cosa: por primera y única vez en la historia de Chile, se invoca el derecho de rebelión "para deponer al gobierno ilegítimo, inmoral y no representativo del gran sentir nacional".

    Algún profesor universitario -uno de esos iconoclastas que todo lo festinan- sostiene ahora que el argumento fue elaborado en la Facultad de Derecho de la Universidad Católica, como si eso invalidara su racionalidad. Qué más da lo que incomode a ese activista, o qué más da quién redactó en realidad el Bando Nº 5; lo importante es que el texto clave del 11 de septiembre especifica y fundamenta la acción decisiva: "Destituir al gobierno que, aunque inicialmente legítimo, ha caído en la ilegitimidad flagrante".

    Nunca antes se había usado ese lenguaje. Es que tampoco, nunca antes, Chile había enfrentado una amenaza que tocara tan a fondo la fibra nacional.

    La rebelión -el derecho de rebelión- comenzó a ejercerse con anterioridad a la llegada de Allende al poder, porque ya se contaba con todas las señales que activan la sana intuición de los pueblos libres. La legítima defensa, antes que un tratado académico, es una adrenalina que brota del intestino del alma. Se la ejerce cuando no queda otra opción, cuando la disyuntiva es morir aplastado o tratar de sobrevivir, aun a costa de innombrables sacrificios.

    Dicen que fueron la CIA y el gran capital quienes activaron ese rechazo. No tienen ni idea -no quieren tenerla, porque escapa a su lógica determinista- cómo se rebela la persona humana ante los intentos de opresión, ante la evidente puesta en práctica de un proyecto totalitario, apoyado en una ideología criminal y sustentado en partidos militarizados, dispuestos a matar y morir.

    Ni siquiera fue la pura Guerra Fría. Fue algo mucho más simple: el espíritu indomable de sobrevivencia de chilenos libres -dueñas de casa, mineros, profesionales, estudiantes, transportistas, comerciantes, empleados, agricultores-. Ellos comenzaron una rebelión que, sin la acción final de las Fuerzas Armadas y de Orden, quizás habría fracasado ante la pertinacia de las fuerzas militarizadas que enfrentaban.

    ¿Suena a batalla de película en blanco y negro? Sí, lo fue. Fue una auténtica rebelión ciudadana frente a una agresión partidista. Fue una batalla épica. Por eso hay que decir: nunca más.

    Nunca más debemos los chilenos permitir que avance un proyecto cuyas raíces filosóficas e históricas, cuyos frutos remotos y recientes dan cuenta de una agresión tan radical al ser nacional, a la vida suya y mía, diaria, normal, sencilla, desprovista de odios.

    Nunca más debemos permitir que ese mal se desarrolle, porque no habrá seguridad alguna de poder rebelarnos de nuevo legítimamente contra él. Y aunque se lograra, ya sabemos cómo sufrió una vez esta tierra como para repetir la experiencia, ciertamente aumentada.

    Y, mucho menos, habrá derecho alguno a pedirles a las Fuerzas Armadas y de Orden un nuevo sacrificio, aunque gustosas lo repetirían por Chile.

    (palabras de Gonzalo Rojas, hoy en El Mercurio)

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  2. Me gustaría saber que piensa el señor Orlando Sáenz del sesgado stalinista Museo de la Memoria y de la participación de Bachelet en el FPMR. Sáenz fue opositor a Allende.

    Buena su definición de los Presidentes.

    La Izquierda siempre saca la CIA, mientras esconden a la KGB y la DGI cubana.

    Julio Bazán en su libro 'El pueblo lo derroto' te muestra que fue un movimiento civil y una rebelión.

    El día de ayer en 'La Tercera' aparecía un DC junto con otros que había intentado parar el Acuerdo de la Cámara diputados.

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    1. Como Orlando Sáez, muchas personas que creyeron en la conversión de la izquierda a la democracia ahora ven con preocupación que ha sido una postura táctica, parecida a la aceptación del estatuto de garantías que firmó Allende, y que aprovechando el compamiento de la TV y demás medios abren el camino para retomar el poder e impedir que los chilenos vuelvan a elegir a la derecha.

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  3. Ciro:
    Hoy día en la tarde escuché al Hernán Larraín Matte en un programa de entrevista de la tele. Al principio, creí que era de la Nueva Mayoría porque elogiaba al abogado de derechos humanos, José Zalaquette, a quien hemos criticado en nuestros respectivos blog. Ese es Larraín que mencionaste una vez y que yo confundí con el otro Larraín.

    Él saco una declaración de la generación sub cuarenta por los derechos humanos, obviamente desde la óptica de la Izquierda.

    Al parecer ya dedecista o de la nueva derecha infiltrada en el comando de Matthei para nuestra desgracia.

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    1. De tal palo...

      Su padre H. Larraín Fernández apoyó el indulto a terroristas en diversas ocasiones.

      Metan su nombre junto a la palabra indulto al buscador de Emol, desde FPMR y Lautaristas hasta "comuneros" forman parte de su "prontuario".

      Saludos

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    2. A Larraín Matte lo leí en una entrevista que impresionante por lo miserable y artero. Tanto que publiqué un artículo en el que denuncio a esta cáfila.

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