Aburrido de la incompetencia del gobierno y de la actividad de los cabeza caliente, un comerciante empezó a enviarle cartas a cada uno de los líderes conocidos de él diciéndoles lo estúpidos que eran.
Los líderes le dijeron: si te crees tan caperuzo, ven tú a hacerte cargo.
Yapo, dijo el comerciante, y se hizo cargo. El país se debatía en la turbulencia, el desorden y la miseria.
Empezó ordenando sus equipos de trabajo y apretando las clavijas a los díscolos. Para exigir austeridad, honestidad y trabajo duro, él jamás cobró un peso de sueldo, no repartió cargos entre amigos y nunca dejó de estar encima de los asuntos.
Como la máquina empezó a caminar, le dieron más responsabilidad y las asumió todas, sin chistar. A poco andar, el país empezó a producir en un ambiente de orden y estabilidad, en profundo contraste con los vecinos, sumidos en la demagogia y la crispación.
Resultado del proceso: Chile, el menos favorecido de los países de este lado del mundo, empezó a surgir y a estabilizarse, alcanzado en menos de 20 años una posición dominante en el comercio y la actividad marítima.
El sujeto en cuestión fue odiado por los malos, que finalmente le dieron muerte. Pero su obra lo sobrevivió para siempre. Tanto así, que 150 años después muchos se inspiraron en él para recuperar el país arruinado por los cabeza caliente (que nunca han dejado de estar hinchando las pelotas y que sólo entienden a palos).
Resultado de este proceso: Chile se levantó y, de nuevo, recuperó el sitio que había perdido hacía muchos años.
Fue por este compadre que aparecieron chilenos como Prat, Merino, Riveros, Büchi, Piñera (el único bueno) y otros de una larga lista.
Si no recordamos su nombre, quizás sea porque todavía estamos bajo la influencia de 20 años de machaqueo de propaganda zurda.
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