jueves, 24 de junio de 2010

El centro político y los unicornios azules.

Una de las principales razones que tengo para ser derechista es que no creo en el cuento del centro político.

Quizá inspirados en la fábula de los tres chanchitos, los expertos norteamericanos, que en los 60 asesoraron a la DC para detener al “comunismo” del FRAP (apoyo descrito al detalle en el Informe Church), promovieron el genial invento de los “tres tercios”.

Esta creación de márketing político promovía un esquema de agrupación de fuerzas políticas despegado de la realidad pero que tenía el mérito de aparecer ecuánime: un equilibrado “centro” político que tomaba lo razonable de los dos extremos: el “comunismo internacional” y la “derecha terrateniente”.

Mediante esta distribución artificial de fuerzas políticas, inexistente en cualquier otra democracia occidental, se presentaba a la DC como de "centro" y, aplicando este esquema, el ciudadano sólo podía negarle el voto si era un rojo fanático... o un lacayo de los ricos explotadores.

Y, luego de la restauración de la institucionalidad política, cuando se concertaron la UP con la DC, pasados varios años de un centro político que no se vio ni en pintura, se repuso el mismo cuento.

Incluso fueron más allá, alegando que la suya constituía una concertación que cubría “todo el espectro político”: izquierda, centro y derecha. Esta vez, los que quedaban fuera eran los "dictatoriales", los antidemócratas, es decir, todo aquel que no compartiera su postura.

Pero apenas tomado el ritmo de marcha se les corrió el disfraz de “espectro” mostrando a los mismos progresistas de siempre. Es decir, a los convencidos de estar llamados a cumplir un rol mesiánico “histórico” en el rescate de los pobres y marginados mediante la fundación de un nuevo orden social, lo que forzosamente implica un gobierno fuerte y poderoso.

Este perfil es transversal a los partidos concertados y, aunque algunos grupos dicen ubicarse más al centro, cuando menos define a todos como “centro-izquierda”.

Los radicales, que partieron en los años 30 del siglo pasado reclamando la representación de la clase media (que no es lo mismo que representar el centro político) se pasaron irreversiblemente a la izquierda, cuando en los 60 se declararon oficialmente “laicos, socialistas y democráticos”, ocasionando la escisión de una minoría a la que no le quedó otra que pasarse a la derecha.

Los DC tratan también de conservar una apariencia "de centro", pero revisando lo obrado cuando fueron gobierno en los 60, el discurso de siempre de la mayoría de sus dirigentes y la realidad de sus coaliciones partidistas que desde antes de 1990 incluyen al PC —embozadamente por varios años y desembozadamente en estos días— la verdad es que han sido progresistas de toda la vida.

Versiones más recientes del “centro” tampoco resultaron convincentes.

Hace unos años, un empresario convencido de esta fábula y dueño de una muy alta consideración de sí mismo, organizó un “referente” al que llamó “centro-centro”. Como quien dice y para no errar el objetivo, se trataba de dar en el blanco del mero centro de la esencia misma del centro.

Pero nada pasó ni podía pasar, porque tal cosa nunca ha tenido existencia real.

Nadie conoce una ideología que sea propia del centro político, nadie ha visto grupos que espontáneamente levanten genuinas reivindicaciones de ese origen ni nadie los verá.

Menos ahora, cuando fruto de la dinámica política de años, las cosas empiezan a retomar su cauce natural.

Sea que a unos los motejen de “reaccionarios”, “momios” o “fachos” y a los otros de “upelientos”, “comunachos” o “zurdos”, no necesitamos nada adicional a una derecha decisivamente imbuida en los asuntos públicos y una izquierda genuinamente democrática.

Pero no hay partidos, contenidos ideológicos ni base racional alguna para ser de “centro”. Nunca la hubo.

Sólo fue una invención del State Department para "detener al comunismo", pero no falta el que insiste en resucitar la tesis, como hacía Adolfo Zaldívar en el 2003, o como todavía insisten varios líderes DC que no parecen haber aprendido mucho en casi 50 años de demagogia.

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