Como todos saben, el Presidente electo Sebastián Piñera es un hombre de negocios de gran fortuna, con un capital acumulado —se dice— de más de dos mil millones de dólares repartido en la participación de muchas empresas.
Antes ha habido presidentes millonarios en Chile, recuérdese a Jorge Alessandri —accionista significativo de la Papelera, entre otras compañías— pero Piñera parece ser el más rico de cuantos han llegado a La Moneda.
Para sus detractores esto fue un tema de dura crítica durante la campaña, porque alegaban incompatibilidad entre la posesión de tamaño patrimonio y sus obvios intereses corporativos, con el ejercicio de tan alto cargo.
El entonces candidato siempre aseguró que de ser elegido Presidente traspasaría la administración de su capital mediante el recurso del fideicomiso ciego, que impide al propietario saber dónde y cómo se está invirtiendo su dinero, a fin de que desconozca la incidencia de las políticas públicas en el destino de sus fondos.
Enfrentado a esa tarea, yo constituiría VARIOS fideicomisos, no solamente uno, lo cual supone cuando menos dos procesos: liquidar títulos para transformarlos en dinero y luego repartir el dinero acumulado en una cantidad tranquilizadora de fondos para seguidamente asignarlos a un número igual de operadores diferentes.
Aunque no debiera ser nada “de otro mundo”, se requiere prudencia y tranquilidad para actuar apropiadamente y, en este contexto, apreciaría que no me importunaran indagando qué exactamente se está haciendo hasta que el complejo trabajo pueda completarse como es debido.
Ayer, a horas de haber trascendido el resultado electoral, el Presidente electo aceptó un encuentro con periodistas, con la salvedad de que no se le preguntara respecto de este proceso. Pero uno de ellos, Iván Núñez, de reconocida simpatía política por los contrarios a Piñera, se negó a dejar fuera el tema y se retiró de la conferencia con gran aspaviento.
Eso detonó la inmediata reacción de sus colegas de la misma militancia (la inmensa mayoría) que pusieron el grito en el cielo, pese a que todos sabemos que no hay autoridad republicana que no condicione las entrevistas que acepta (es imposible entrevistar, por ejemplo, a Michelle Bachelet sin una pauta previamente aprobada por sus asesores) y que esta práctica ha sido común por siempre en Chile y en todas partes.
Sin embargo, ayer tipo mediodía, Matías del Río (profesional que trabaja en el canal de TV Chilevisión en el que Piñera es reputado como “dueño”) se despachó este tuit:
“Los vetos son comunes e inaceptables, pero a estas alturas, además es torpe. Muy mal inicio en relación Piñera-prensa.”
Ya antes había emitido opiniones parecidas por Twitter, pero ésta me “sacó los choros del canasto” y le pregunté:
"@matiasdelrio Si "los vetos son comunes" ¿a qué hora de hoy empezaron a ser inaceptables y por qué?"
El periodista no se tomó la molestia de responderme, pero luego emitió esta opinión contradiciéndose:
“No se engañen, vetos y restricciones hay siempre y con todos . El asunto es resistir. Piñera enmendará error; ha sido muy respetuoso en CHV” (Chilevisión).
Mientras esto pasaba con este periodista, que se esfuerza en posar de ecuánime, la mayoría de los que intercambian a través de Twitter rasgaba vestiduras y clamaba en todos los tonos por el talante “dictatorial” que se avizoraba para la prensa, a partir de esta administración.
La falsedad de estos alegatos es evidente, tan evidente como la motivación político-partidista que anima a buena parte de los periodistas chilenos.
Y si esto ocurre a horas de haber sido elegido un Presidente que no es del gusto de esta cofradía, imaginemos nada más qué pasará cuando deba asumir y empezar a tomar decisiones políticas.
Carlos Peña, de El Mercurio, debería leer esta columna
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