Axel Kaiser
En 1800 la persona promedio en los países hoy desarrollados vivía con el
equivalente actual a
US$ 3 diarios. Al momento de escribir estas
líneas, el ingreso del habitante promedio en esos mismos países es de
US$ 100 diarios. Si el cálculo se hace incluyendo las regiones más
atrasadas del planeta, el habitante promedio consume hoy 10 veces más
que hace doscientos años.
En el caso de un país rico como Noruega, por
ejemplo, el ingreso promedio es hoy 45 veces superior al de hace dos
siglos, cuando Noruega era más pobre que el Bangladesh del presente.
Diversos índices como el de mortalidad infantil, expectativas de vida,
nutrición, escolaridad, alfabetización, entre muchos otros, muestran una
evolución similar.
Este avance material, por cierto,
ha ido acompañado de un similar avance en otras dimensiones igualmente
relevantes para la existencia humana. En estos últimos dos siglos la
esclavitud ha sido casi eliminada, la igualdad de derechos civiles y
políticos se ha convertido en una obviedad -al menos en Occidente- y la
democracia se ha perfilado como la forma de gobierno más aceptada. No
cabe duda: en apenas dos siglos la humanidad progresó exponencialmente
más que en las decenas de miles de años previos.
La pregunta
fundamental es qué fue lo que llevó a este avance tan espectacular
gracias al que hoy un ciudadano promedio en Francia tiene una mejor
calidad de vida que la que tenía el rey Luis XIV. La respuesta es
conocida: la revolución industrial que desató las fuerzas creadoras del
capitalismo y la sociedad abierta. Esta visión es correcta y por cierto
ningún economista serio del mundo cuestiona el hecho de que el
capitalismo ha sido la fuerza más formidable de creación de riqueza que
haya conocido la humanidad. Incluso Marx destacó el potencial creador y
transformador del capitalismo. Pero ello no contesta por qué se produjo
la revolución industrial.
A esa tarea se abocó la notable
economista Deirdre MacCloskey en su extraordinario libro Bourgeois
Dignity. Según MacCloskey, lo que permitió el gran salto de la miseria y
la tiranía que ha caracterizado casi toda la historia humana a la
riqueza y libertad que conocemos actualmente, fue un cambio fundamental a
nivel de ideas, es decir, a nivel intelectual. En palabras de la
autora: “el más grande acontecimiento económico no fue causado por el
comercio, la inversión o la explotación. Fue causado por ideas”.
MacCloskey explica que fue el triunfo de las ideas liberales propagadas
por pensadores como Adam Smith lo que nos permitió abandonar la pobreza
extrema en la que vivieron nuestros antepasados.
Fue el liberalismo,
dice MacCloskey, el que abrió paso a la innovación y con ella al
progreso material y social que hoy disfrutamos. El fundamental aporte lo
realizó esta corriente de ideas al dignificar a la burguesía. En otras
palabras, las ideas liberales cambiaron la percepción general de
inmoralidad que se tenía sobre el empresario y el innovador llevando a
abrir espacios de libertad antes desconocidos. China e India son dos
ejemplos modernos citados por MacCloskey en que el mismo proceso de
aceptación de las ideas liberales y de dignificación de la burguesía
-que Marx tanto detestaba- ha permitido sacar a cientos de millones de
personas de la miseria más extrema.
Si MacCloskey tiene razón,
la dignidad del rol del emprendedor y del innovador, así como las
condiciones institucionales necesarias para que estos prosperen
mejorando la calidad de vida de todos nosotros, se encuentran en directa
relación con la vigencia que tienen las ideas liberales clásicas en una
sociedad. Y esto implica, como sugirió Ludwig von Mises, que también
los empresarios deben cuidar su reputación y velar porque ideologías
opuestas a la libertad no destruyan la legitimidad moral y la aceptación
social que requieren los innovadores para poder desarrollar su
potencial creativo.
Lamentablemente, muchos hombres y mujeres
de negocios parecen no entender la extrema relevancia que tiene el mundo
intelectual para la prosperidad de las naciones y, a la larga, para la
de sus propios negocios. A ellos solo queda recomendarles la lectura de
la obra de MacCloskey.
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