Ian Vásquez
El martes, Sebastián Piñera entregará la presidencia chilena a Michelle Bachelet. El primer mandatario de centroderecha desde el retorno a la democracia en 1990 deja atrás un país que, bajo su liderazgo, ha dado un giro significativo a la izquierda. En Chile se ha puesto de moda criticar el modelo económico que ha hecho de esa nación la más exitosa de América Latina.
Podrá resultar curioso, puesto que la economía ha mejorado durante el término del actual gobierno, al promediar un muy respetable 5,3% al año, con baja inflación y una caída marcada en el desempleo. Desde los años setenta, cuando se empezaron a implementar las reformas de mercado, hasta ahora, la pobreza ha caído del 50% al 11%, y el ingreso per cápita se disparó de US$4.000 a casi US$20.000. Chile está a punto de convertirse en un país desarrollado.
¿Cómo fue entonces que el clima de opinión, o por lo menos el debate público, cambió tanto en tan poco tiempo? Gran parte de la culpa la tiene Piñera, quien no supo defender, ni parece haber creído en los principios liberales que generaron ese éxito. Más bien, como señala Luis Larraín, director del instituto Libertad y Desarrollo, su gobierno se sumó a las críticas al modelo, abrazando en su discurso los conceptos de la izquierda sobre la desigualdad. De tal forma que Piñera llegó a cuestionar “los verdaderos objetivos del desarrollo, porque esta idea de un crecimiento infeliz… es algo que nos debe hacer reflexionar”.
En la práctica, tal actitud se tradujo en políticas de tinte populista. Lo que fuera un alza de impuestos temporal a las empresas se incrementó aun más y se hizo permanente. Bajo presión de la izquierda ambientalista, el presidente hizo cancelar un proyecto energético a pesar de que la empresa privada a cargo ya había invertido US$15 millones y cumplía todos los requisitos regulatorios, debilitando así el Estado de derecho y perjudicando futuras inversiones. Hubo una fuerte alza del salario mínimo, se creó un beneficio materno posnatal de seis meses –uno de los más generosos del mundo– y se implementó una fiesta de bonos y subsidios para todo tipo de necesidad: el bono marzo entregado en un mes en que hay “un incremento en los gastos familiares”; el bono bodas de oro para los que cumplen 50 años de matrimonio; el bono Chao Suegra para parejas jóvenes que viven con los suegros, etc.
Al tratar de competir con la centroizquierda en su propio terreno, Piñera no solo dio la espalda a ciertos principios, sino que siempre estuvo destinado a perder el debate. Para la Concertación, que hasta el 2010 gobernó apoyando al modelo y hasta profundizándolo, las medidas de Piñera nunca iban a ser lo suficientemente intervencionistas. Lo que logró Piñera fue mover la agenda y el debate político del país decididamente hacia la izquierda.
Desafortunadamente, Hernán Büchi, uno de los arquitectos claves del modelo, tenía razón cuando, ya decepcionado con Piñera, declaró hace un par de años: “Estamos perdiendo la batalla de las ideas”. No tenía que ser así. Los logros de las últimas tres décadas son impresionantes. Chile es uno de los países con la más alta movilidad social de la región y con un marcado aumento en la igualdad educativa, por ejemplo.
El derrumbe político de la derecha da la razón a los muy pocos chilenos, como Axel Kaiser de la Fundación para el Progreso, que llevan años advirtiendo sobre la falta de convicción en la élite chilena para defender la moralidad del capitalismo y los valores liberales. Ahora por fin está germinando un debate necesario sobre las ideas de la libertad. Esa batalla en los próximos cuatro años será clave para el futuro de Chile.
El autor es columnista del diario peruano El Comercio, donde se publicó originalmente este artículo.
El martes, Sebastián Piñera entregará la presidencia chilena a Michelle Bachelet. El primer mandatario de centroderecha desde el retorno a la democracia en 1990 deja atrás un país que, bajo su liderazgo, ha dado un giro significativo a la izquierda. En Chile se ha puesto de moda criticar el modelo económico que ha hecho de esa nación la más exitosa de América Latina.
Podrá resultar curioso, puesto que la economía ha mejorado durante el término del actual gobierno, al promediar un muy respetable 5,3% al año, con baja inflación y una caída marcada en el desempleo. Desde los años setenta, cuando se empezaron a implementar las reformas de mercado, hasta ahora, la pobreza ha caído del 50% al 11%, y el ingreso per cápita se disparó de US$4.000 a casi US$20.000. Chile está a punto de convertirse en un país desarrollado.
¿Cómo fue entonces que el clima de opinión, o por lo menos el debate público, cambió tanto en tan poco tiempo? Gran parte de la culpa la tiene Piñera, quien no supo defender, ni parece haber creído en los principios liberales que generaron ese éxito. Más bien, como señala Luis Larraín, director del instituto Libertad y Desarrollo, su gobierno se sumó a las críticas al modelo, abrazando en su discurso los conceptos de la izquierda sobre la desigualdad. De tal forma que Piñera llegó a cuestionar “los verdaderos objetivos del desarrollo, porque esta idea de un crecimiento infeliz… es algo que nos debe hacer reflexionar”.
En la práctica, tal actitud se tradujo en políticas de tinte populista. Lo que fuera un alza de impuestos temporal a las empresas se incrementó aun más y se hizo permanente. Bajo presión de la izquierda ambientalista, el presidente hizo cancelar un proyecto energético a pesar de que la empresa privada a cargo ya había invertido US$15 millones y cumplía todos los requisitos regulatorios, debilitando así el Estado de derecho y perjudicando futuras inversiones. Hubo una fuerte alza del salario mínimo, se creó un beneficio materno posnatal de seis meses –uno de los más generosos del mundo– y se implementó una fiesta de bonos y subsidios para todo tipo de necesidad: el bono marzo entregado en un mes en que hay “un incremento en los gastos familiares”; el bono bodas de oro para los que cumplen 50 años de matrimonio; el bono Chao Suegra para parejas jóvenes que viven con los suegros, etc.
Al tratar de competir con la centroizquierda en su propio terreno, Piñera no solo dio la espalda a ciertos principios, sino que siempre estuvo destinado a perder el debate. Para la Concertación, que hasta el 2010 gobernó apoyando al modelo y hasta profundizándolo, las medidas de Piñera nunca iban a ser lo suficientemente intervencionistas. Lo que logró Piñera fue mover la agenda y el debate político del país decididamente hacia la izquierda.
Desafortunadamente, Hernán Büchi, uno de los arquitectos claves del modelo, tenía razón cuando, ya decepcionado con Piñera, declaró hace un par de años: “Estamos perdiendo la batalla de las ideas”. No tenía que ser así. Los logros de las últimas tres décadas son impresionantes. Chile es uno de los países con la más alta movilidad social de la región y con un marcado aumento en la igualdad educativa, por ejemplo.
El derrumbe político de la derecha da la razón a los muy pocos chilenos, como Axel Kaiser de la Fundación para el Progreso, que llevan años advirtiendo sobre la falta de convicción en la élite chilena para defender la moralidad del capitalismo y los valores liberales. Ahora por fin está germinando un debate necesario sobre las ideas de la libertad. Esa batalla en los próximos cuatro años será clave para el futuro de Chile.
El autor es columnista del diario peruano El Comercio, donde se publicó originalmente este artículo.
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