El legado despreciado

Por estos días se exhibe en Estados Unidos la secuela de "Atlas Shrugged" ("Atlas se sacudió" —que se distribuye como "La Rebelión de Atlas"), basada en la novela homónima de Ayn Rand. El tema, por si no lo saben, es el de la hecatombe que surge del desprecio a la iniciativa individual (que es como el Atlas que sostiene al mundo) por parte de los políticos y altos funcionarios que creen poder resolver todo desde el aparato del estado.

En Chile estamos viviendo una situación similar.

El legado libertario —que nos ha traído hasta aquí desde los oscuros años de mediocridad, miseria y demagogia populista— es despreciado y combatido con saña, achacándole todos los males que la creatividad izquierdista puede concebir.

Lo que no esperábamos, sin embargo, es que este legado fuera ignorado por quienes se supone lo han recibido para su custodia y defensa.

En un simposio que convocó a lo más granado de la derecha chilena, el jueves pasado escuchamos al Presidente Piñera, a los líderes de UDI y RN, a representantes de tres "think tanks" y a los dos precandidatos del sector, supuestamente defensores del modelo.

Muchos esperábamos escuchar un reconocimiento a quienes dieron forma al legado de libertades que ni siquiera veinte años de sabotaje y mal manejo pudieron quebrar. Que, hecho ese reconocimiento, ahora nos propondrían los pasos siguientes, tanto para limpiar el legado de las distorsiones introducidas por la demagogia concertacionista, como para avanzar hacia una consolidación definitiva de la libertad.

La ocasión era propicia:

Primera vez en muchísimos años que la derecha ha accedido a la Presidencia colocando a uno de los suyos (y no a un independiente) a la cabeza del poder.

Primera vez que un derechista puede gobernar con un esquema diseñado por derechistas. Esos que trabajaron bajo un gobierno militar que no era de derechas ni tenía por qué serlo, porque nuestros fuerzas armadas siempre han sido esencialmente apolíticas y sujetas a códigos de vida superiores a la contingencia.

Por otra parte, la actividad obstruccionista del progresismo, que está detrás de cada agitación y protesta orquestadas casi a diario para sabotear al gobierno derechista, amenaza desmontar el modelo de libertades —pese a que lo usaron por veinte años para beneficiarse de sus frutos— creando un falso ambiente de crispación y conflicto.

Era pues el momento propicio para poner los puntos sobre las íes.

Pero el tenor de las palabras de los actuales líderes derechistas fue como si recién estuvieran elaborando el modelo que en realidad es un legado de más de treinta años.

Piñera abrió el fuego con su propia visión, como si hubiera sido él quien ha implementado el modelo libertario, citando bases ideológicas de muy discutible aplicación y asignándole fundamentos fruto de su propia creatividad: libertad, igualdad, prosperidad.

Los presidentes de la UDI y de RN y los representantes institucionales se embarcaron cada uno en ejercicios similares, ensayando sus propios conceptos como para promover el modelo que a ellos se les había alojado en el caletre.

Lo mismo ambos precandidatos presidenciales, insertando sus propias visiones del modelo y dándole a ellas un carácter de premisa indiscutible.

En ninguno de los ocho discursos hubo la más mínima referencia a lo obrado por el grupo de derechistas que diseño e implementó el actual modelo. Ni un nombre para reconocimiento. Ni un gesto para honrar el trabajo de quienes —bajo el fuego graneado del progresismo internacional y la violencia de sus agentes locales— abrieron el camino a la libertad.

Luego de revisar todos los discursos no encontré ningún saludo a la gesta fundacional del legado libertario, ninguna mención a ninguno de los "Chicago boys". Ningún agradecimiento al sistema heredado, ni al duro trabajo que implicó diseñarlo e implementarlo.

Consecuentemente, al desconocer el legado recibido, nadie pudo ofrecer un conjunto de referencias que aportara la lógica del camino a seguir. No se escucharon propuestas para consolidar, avanzar, pasar a la fase siguiente, perfilar objetivos superiores a lo logrado.

Cualquier atisbo de ese reconocimiento ausente habría sido suficientemente inspirador como para proponer caminos futuros. Porque el modelo tiene una historia de treinta años y de ella se desprende qué hacer ahora para perfeccionarlo y alcanzar un punto en el que nadie se atreva a proponer las demencialidades que hoy se escuchan por todos lados.

El desprecio del legado es revelador. Habla de la escasa capacidad de entenderlo y, por lo mismo, de proponer rumbos concretos a seguir.

Además es una pena. Pocos acontecimientos del siglo XX han tenido tanta trascendencia y han traído tanto bien a la humanidad como la gesta de darle una oportunidad a la libertad en este rincón del mundo.

Como para preguntarse si el legado está verdaderamente en las mejores manos.
Twittear