El nuevo embajador chileno en Argentina llamó a un diario para aclarar que él no era “pinochetista”, como informaban. Una periodista local fue a entrevistarlo y, como es costumbre en los diarios, la redacción destacó lo que le pareció “vendible”, en este caso el juicio del personero en cuanto a que “la mayor parte de Chile no sintió la dictadura. Al contrario, se sintió aliviada”.
¿Por qué esta precisa parte de las declaraciones de Otero resultaban tan “vendibles”?
Porque colisionan frontalmente con la versión instalada en todas partes, que caracterizan el régimen que gobernó Chile desde la expulsión del castrismo hasta 1989 como una tiranía que sembraba el terror en todo el país, más terrible y cruelmente que las dictaduras y protodictaduras de la izquierda en Cuba y otras desgraciadas naciones.
Esa versión instalada es falsa y cualquiera es capaz de comprobarlo con sólo revisar sus antecedentes. Pero aún ese ejercicio de preguntarse ¿cómo, cuándo, cuánto, dónde, quiénes, por qué? despierta sospechas de "complicidad" y es rápidamente desalentado. Queda entonces prohibido hurgar en algo que se considera historia oficial.
Así de bien ha hecho su trabajo la comunidad de propagandistas de la izquierda en casi todo el mundo, menos en Chile, donde hay millones de personas que vivieron esa etapa y que difícilmente podrían borrar sus propias vivencias para reemplazarlas por esas mentiras.
Sin embargo, al interior del país han conseguido instalar algo nuevo, que se empezó a sembrar bajo el gobierno castrista de Allende y que bajo el régimen militar se creía desterrado: el odio y la división irreconciliable entre chilenos.
Hermógenes Pérez de Arce reconoce este fenómeno y ensaya una descripción en su blog, cuya lectura recomiendo porque lista enfrentamientos similares del pasado que con consecuencias mucho más graves fueron prontamente superados para restaurar la convivencia.
Pérez de Arce simplifica esta nueva división instalada como la de “los del sí y los del no”, aludiendo a quienes en 1988 votaron a favor (44%) o en contra (55%) de mantener al general Pinochet en La Moneda por otros ocho años. Pero en realidad la división es más amplia que ésa, porque muchos de los que se negaron a la continuidad del militar en el gobierno pertenecen hoy al grupo de los que él llama "del sí" por el sólo hecho de no compartir el nuevo "catecismo" histórico impuesto por la izquierda.
A esta versión políticamente correcta de la historia la llamo "catecismo" porque incluye verdaderos artículos de fe, respecto de los cuales no se aceptan dudas ni disensos. Entre ellos: “Allende fue un demócrata”; “su expulsión, una maniobra de la CIA que usó a Pinochet como títere”; “el régimen militar una tiranía sanguinaria y totalitaria”; “la derrota de Pinochet en 1988 lo obligó a convocar a elecciones”; “el gobierno formado por la colusión de allendistas y democristianos restauró la democracia y desarrolló el país”.
Ninguno de estos artículos de fe es verdadero. Al examinarlos, no es posible extraer de ellos siquiera “algo de verdad” y no puede sino concluirse que forman parte del catecismo político diseñado por el aparato de propaganda de la izquierda que persigue, precisamente, el ocultamiento de la verdad.
Probar estas falsedades es simple y no demanda ningún trabajo arduo de investigación, porque para cualquier chileno es cosa de traer a la memoria por qué Allende NO fue democrático sino todo lo contrario, cómo y por qué se gestó la expulsión del castrismo, qué pasó en Chile durante el régimen militar... y qué es lo que en 20 años verdaderamente ha hecho la coalición sacada del gobierno por los chilenos.
Es deber y derecho de todo chileno demoler una a una esas felonías que distorsionan nuestra historia de forma absurda e irreconocible y cuya instalación ha costado y sigue costando una cantidad sideral de millones en su montaje y mantenimiento porque estas mentiras constituyen el piso sobre el cual la izquierda ha construido sus propuestas.
Si en el mundo logra abrirse paso la verdad, el daño para su causa será todavía más grande que el sufrido a partir de 1973, cuando el proceso chileno de recuperación económica dio al traste con sus recetas totalitarias, desatando la debacle que les costó el control de varios cientos de millones de personas irrecuperablemente perdidas para el socialismo.
Es tiempo de que cada quien haga lo que esté a su alcance por recuperar la verdad y el derecho a proclamarla.
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Para el año del Pronunciamiento Militar, contaba con 22 años y cursaba justo la mitad de nmi carrera profesional en la Universidad de Chile, mentiría si afirmara que se produjeron hechos como los que señala la Sra Amarales, más bien sucedió todo lo contrario, del Pronunciamiento trajo la paz y la calama necesarias para que todos termináramos de buena forma nuestra carrera universitaria, tranquilidad que NO EXISTÍA HASTA ANTES DE LOS MILITARES, PUES EL PAÍS ESTABA ABSOLUTAMENTE CONVULSIONADO, LO QUE HACÍA MUY DIFÍCIL ESTUDIAR.
ResponderEliminarMuchos podemos hoy afirmar que fue gracias al RM que hoy tenemos una profesión.
Lástima, amigo anónimo, que no firmes tu comentario.
ResponderEliminarComparto lo que dices y creo que la mayoría absoluta de los chilenos también la comparte.
Debemos atrevernos a decir la verdad y perderle el miedo a los violentos.
Enfrentados a la verdad, los "centroizquierdistas" huyen como almas perseguidas por el demonio, porque en realidad son unos cobardes.